miércoles, 4 de marzo de 2009

Me callo porque es más cómodo engañarse

Todos tenemos secretos. Algunos son inofensivos e insignificantes, otros pueden ser terribles, y amenazar con destruirlo todo.
Si las mentiras nos condenan y la verdad nos hace libres, los secretos son los que nos protegen, al menos por un rato.
Muchas veces preferimos guardar ese secreto para nosotros mismos, esconderlo y apretarlo contra el pecho porque sabemos que el simple hecho de decirlo en voz alta significaría escribirlo con marcador indeleble en la complicada dimensión de la realidad, y entonces sería innegable, ineludible.
Pero ¿por cuánto tiempo se puede guardar un secreto?
Porque como la bola de nieve que al caer va aumentando de tamaño, con el tiempo los pequeños secretos se vuelven una carga cada vez más pesada. Y cuando la verdad sale a la luz, el secreto se puede transformar en mentira. Quizás una mentira por omisión, pero mentira al fin.

¿Cuánto tardamos en explotar? ¿Cuánto podemos aguantar antes de vomitar aquello que llevamos guardando con tanto recelo?

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